La Carta a García
La famosa "Carta a García" enlaza el nombre de Calíxto García, prócer de la independencia de Cuba, con McKinley, presidente de los Estados Unidos de América en 1899 y con Rowan, el hombre correo que debía entregarla.
Calixto García era uno de los generales cubanos que luchaba por la independencia de Cuba desde 1895. En 1898 Estados Unidos interviene en el conflicto y declara la guerra a España. El Presidente McKinley escribe una carta al general García pero le informaron que éste era poco menos que imposible de encontrar para poderle entregar la carta porque andaba emboscado por los montes pero que el teniente del ejército Andrew S. Rowan era el hombre más indicado para intentarlo. Rowan aceptó el importante encargo diciendo que lo dieran por hecho.
UNA CARTA PARA GARCIA
Elbert Hubbard 1856-1915
Introducción
Este corto ensayo, “Una Carta Para García”, lo escribí en una sola hora, por la tarde, después de la comida, el 22 de febrero de 1899, día en que se conmemora el nacimiento de Washington. La edición correspondiente al mes de marzo de la revista “Philistine” iba a entrar en prensa.
Nació como brote entusiasta de mi corazón, tras un día en que había agotado mis fuerzas tratando de convencer a algunos aldeanos indolentes, para que abandonasen su estado comatoso por un trabajo activo.
Pero la verdadera inspiración brotó al calor de la discusión, mientras bebía una taza de té, con mi hijo Bert, quien sostenía que el verdadero héroe de la Guerra de Cuba había sido Rowan, quien, por sí solo, había realizado la más importante hazaña: había llevado la Carta a García.
Fue una idea inspiradora. Mi hijo tenía razón, porque efectivamente había sido un verdadero héroe el realizador de aquella obra, el que había llevado la carta a García. Me levanté y escribí el relato.
Tan poco importante me pareció el artículo así realizado, que lo publiqué sin título. Salió la edición y en breve vinieron peticiones por mayor número de ejemplares de la edición de marzo de “Philistine”, una docena, cincuenta, cien. Cuando American News Company pidió mil ejemplares, pregunté a mis ayudantes cuál era el artículo que había conmovido en tal forma al público. Este era el artículo sobre García
Al día siguiente George H. Daniels, del Ferrocarril Central de Nueva York, nos envió el siguiente telegrama: “Coticen precio cien mil ejemplares de artículo Rowan en forma de panfleto, con anuncio de Empire State Express al final y digan en qué fecha pueden entregarlos
Contesté dando precio y añadiendo que podíamos entregar los folletos en dos años. Nuestros talleres eran entonces muy pequeños y cien mil folletos nos parecían una enormidad El resultado fue que hube de autorizar al señor Daniels para que reimprimiera el artículo como quisiera. Así salieron medio millón de ejemplares, en forma de folleto.
Dos o tres veces más lo reprodujo el señor Daniels, en cantidades de medio millón y más de doscientos periódicos y revistas lo reprodujeron también. Posteriormente fue traducido a todas las lenguas.
Cuando el señor Daniels distribuía “La Carta para García”, estaba aquí el Príncipe Hilakoff, Director los Ferrocarriles de Rusia. Era huésped del Ferrocarril Central de Nueva York y el señor Daniels lo acompañó en su viaje a través del país. El Príncipe vio el artículo y se interesó por él, probablemente no por otra cosa que por estarlo distribuyendo tan en grande el señor Daniels. Sea de ello lo que se quiera, cuando regresó a su país, lo hizo traducir al ruso y dio un ejemplar a cada empleado de los ferrocarriles de Rusia
Durante la guerra entre Rusia y el Japón, cada soldado llevaba consigo un ejemplar de “La Carta Para García”. Los japoneses encontraron estos folletos en manos de los prisioneros y, pensando que tendrían algún mérito, los tradujeron al japonés. Y por orden del Mikado se dio un ejemplar a cada empleado del gobierno japonés, civil o militar.
Una Carta Para García ha sido impreso, pues, en más de cuarenta millones de ejemplares, suma que jamás ha alcanzado publicación alguna, quizá gracias a una serie de incidentes afortunados.
LA CARTA A GARCIA
En todo este asunto de Cuba hay un hombre que destaca en mi memoria.
Al estallar la guerra entre Estados Unidos y España, era muy necesario comunicar con rapidez con el jefe de los insurgentes, el general García, que estaba emboscado en la selva, nadie sabía donde. No era posible comunicar con él por correo o telégrafo pero el presidente necesitaba comunicar con él con rapidez.
¿Qué hacer?
Alguien dijo al presidente:
“Hay un tal Rowan quien encontrará a García si es que esto es posible”.
Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García. No voy a contar en detalle como “el tal Rowan” tomó la carta, la guardó en una bolsa impermeable junto a su pecho, en cuatro días, en una pequeña barca llegó a Cuba, desapareció en la jungla y, en tres semanas, llegó al otro extremo de la isla tras atravesar el país hostil a pie, y entregó la carta a García. Lo que trato de recalcar es esto: el presidente McKinley le dio a Rowan una carta para que se la entregara al general García y Rowan tomó la carta sin ni siquiera preguntar “¿y dónde le encuentro?”
Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país. Porque no es erudición lo que necesita principalmente la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar una carta a García”
El general García ha muerto; pero hay otros Garcías. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la colaboración de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez de la mayoría de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una empresa y ejecutarla.
Ayuda torpe, craso descuido, indiferencia y apatía por el trabajo parecen la norma y nadie que necesite de la colaboración de otros triunfa si no es con sobornos o amenazas o que Dios en su bondad haga un milagro y le envíe un ángel que le ayude.
Lector, tú mismo puedes hacer la prueba. Te supongo sentado en tu despacho y a tu alrededor seis empleados. Llama a uno de ellos y hazle este encargo: “Busque, por favor, en la enciclopedia y hágame un breve memorándum sobre la vida de Correggio”.
¿Esperas que tu empleado te conteste: “Sí, señor”, y ponga manos a la obra? ¡Desde luego que no! Te mirará sorprendido y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas:
¿Quién era él?
¿En qué Enciclopedia busco eso?
¿Está usted seguro de que esto está entre mis deberes?
¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?
¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?
¿Necesita usted de ello con urgencia?
¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?
Diga: ¿para qué quiere saber eso?
Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas y explicado cómo hallar la información que deseas y por qué la quieres, tu empleado se marchará y pedirá la ayuda de sus compañeros para “encontrar a García”. Y todavía regresará después para decirte que no existe tal hombre. Por supuesto que puedo perder la apuesta pero la probabilidad es que la gane. De modo que si no quieres perder el tiempo no te molestarás en explicarle a tu “asistente” que Correggio se escribe con C y no con K, sino que sonreirás y dirás “no importa” y lo harás tú mismo.
Esta incapacidad y falta de voluntad para arrimar el hombro y empujar es lo que hace imposible el triunfo del socialismo. Si los hombres no son capaces de esforzarse por su propio interés, qué harán cuando el beneficio es para los demás?
Un supervisor de mano dura parece indispensable y el temor al despido es lo que mantiene a muchos trabajadores en su lugar. Solicita un taquígrafo y nueve de cada diez no saben ortografía ni puntuación - ni lo consideran necesario.
¿Podrá tal persona redactar una carta a García?
¿Ve usted ese contable?, me dijo el administrador de una gran fábrica?. “Sí, ¿por qué?”
Bueno, es un buen contable, pero si le envío al centro de la ciudad con un encargo, quizá haga el encargo satisfactoriamente o quizá entre en cuatro bares por el camino y al llegar a su destino habrá olvidado por qué había ido.
¿Se puede confiar en que tal hombre le lleve una carta a García?
Recientemente oímos muchas expresiones de simpatía y compasión hacia los “abusados y explotados esclavos del salario” y los “pobres en busca desesperada de empleo”, a menudo acompañadas de duras palabras dirigidas a los que tienen el poder. Nada se dice del patrón que se hace viejo antes de tiempo por su vano esfuerzo tratando de conseguir que empleados vagos y desinteresados hagan trabajo inteligente. Nada se dice de su paciente esfuerzo con empleados que dejan de trabajar en cuanto les da la espalda.
En todo negocio y fábrica hay un constante proceso de selección en marcha. El jefe continuamente tiene que despedir empleados que han demostrado su incapacidad para defender los intereses del negocio y otros nuevos empleados toman su lugar. En los tiempos buenos este proceso es continuo y cuando los tiempos son duros y el trabajo escaso el proceso es todavía más selectivo - pero a la calle van los vagos e incompetentes. Por la cuenta que le trae, el empresario retiene a los mejores, los capaces de llevarle una carta a García.
Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes verdaderamente sorprendentes; pero carece de la habilidad necesaria para manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de oprimirlo. No sabe dar órdenes ni quiere recibirlas. Si se le entregara una carta para García su respuesta sería “¡Llévela usted!”
Actualmente este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin más protección que un deshilachado abrigo. Nadie que le conozca se atreve a darle empleo porque es un descontento y un alborotador. Es impermeable a todo tipo de razones y lo único que entiende es un puntapié.
Por supuesto que una persona tan deforme desde el punto de vista moral merece la misma compasión que un lisiado físico; pero en nuestra compasión no dejemos de derramar una lágrima por aquellos que luchan por hacer grandes tareas, cuyas horas de trabajo no terminan con el toque del silbato y cuyo pelo encanece rápidamente con su esfuerzo por contener la indiferencia, imbecilidad e ingratitud de aquellos que, si no fuera por el esfuerzo e iniciativa de estos hombres, estarían sin vivienda y sin comida.
¿Son demasiados severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez sí. Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto, yo quiero decir una palabra de simpatía por el hombre que ha triunfado; el hombre que, luchando con grandes obstáculos, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros, y , después de haber triunfado, se encuentra con que lo que ha hecho no vale nada; sólo la satisfacción del trabajo bien hecho.
Yo he trabajado de jornalero y también he tenido a otros trabajando para mí y sé que ambas partes tienen sus razones. La pobreza, de por sí, no reviste excelencia alguna ni el vestir harapos es una recomendación y todos los patrones no son tiranos en mayor medida que todos los pobres son virtuosos.
Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando está ausente el jefe, como cuando está presente. Y el hombre que, cuando le entregan una carta para García, calladamente la toma sin hacer preguntas estúpidas ni idea de tirarla a la basura ni hacer otra cosa que entregarla a su destinatario, este hombre nunca será despedido ni tiene que hacer huelga para obtener mejor salario.
La historia de la civilización es una larga y ardua búsqueda de este tipo de personas. Lo que este hombre pida, se le dará. Se le necesita y busca en todo pueblo y ciudad, en toda oficina, tienda, fábrica y negocio.
Se le necesita de forma apremiante: el hombre capaz de llevar una carta a García.